Invertir en vivienda ya no va de comprar un piso

Durante años se asumió que invertir en vivienda significaba comprar un piso, firmar una hipoteca a largo plazo y concentrar todos los riesgos en una sola decisión. Ese modelo se aceptó como norma, casi sin debate, pero ahora ya no encaja con la realidad económica ni vital de una gran parte de los pequeños inversores, especialmente entre los más jóvenes.

 

El interés por la vivienda como activo sigue existiendo. Lo que falla es el camino tradicional para acceder a ella. Comprar un piso exige hoy una elevada capacidad financiera, asumir endeudamiento durante décadas y gestionar una operación compleja para la que no siempre se dispone de tiempo, conocimiento o margen de error. Para muchos perfiles, este planteamiento resulta incompatible con una vida profesional más móvil y con una mayor aversión al riesgo concentrado.

Las alternativas más conocidas, como fondos o SOCIMIs, corrigen parte del problema, pero introducen otros límites. Suelen implicar plazos largos y reducen la capacidad de decisión del inversor, que deja de saber con claridad en qué proyectos participa y bajo qué condiciones. El pequeño inversor acaba diluido en estructuras difíciles de seguir y poco transparentes. La coinversión inmobiliaria se está consolidando como una alternativa más flexible y alineada con la vida real. Permite participar en proyectos concretos, diversificar el capital, definir plazos desde el inicio y apoyarse en una gestión profesional, sin necesidad de comprar el activo ni asumir toda la carga operativa. Frente al modelo de «todo o nada», introduce una lógica más equilibrada, con menor concentración de riesgo y mayor control.

Un ejemplo reciente en Barcelona lo ilustra bien. En una operación de compra, reforma integral y venta en la avenida Diagonal, junto al Passeig de Sant Joan, un grupo de treinta inversores participó en un proyecto con un plazo definido desde el inicio.

 

 

[Fuente «La Razón»]